viernes, 7 de mayo de 2010

madrugada del 23 de abril de 1945. II


El sótano donde descansaban los hombres de Zorc antes de la guerra había pertenecido a una próspera familia judía. Ese mismo lugar donde ahora se apiñaba una treintena de maltrechos soldados había albergado, en su función de depósito, las más caras y finas telas que se podían conseguir en Berlín. Pero todo eso ya era historia al igual que los tres pisos superiores donde habían estado la tienda y la casa familiar, como así también la propia familia Baum que tiempo hacía ya que había sido hecha ceniza en un lejano campo polaco. La sección que tenía a cargo Zorc estaba compuesta mayoritariamente por miembros del regimiento Danmark y algunos soldados de otras unidades como el regimiento Norge; algunos paracaidistas y media docena de granaderos de la 18.ª. Sólo la situación desesperada en que se encontraban los defensores permitía que unidades tan heterogéneas como la que había recibido Zorc actuasen de forma coordinada y profesional como si hubiesen combatido codo a codo desde el comienzo de la guerra.
–¿Cuáles son las buenas nuevas, sargento? –preguntó el único soldado que parecía estar de guardia en la entrada del sótano.
–Me temo que nada bueno, Riemer –máscullo Zorc entre dientes antes de descender por una sólida escalera de hierro.
Al ingresar su superior, los hombres inmediatamente se pusieron de pie y tomaron sus armas. Aunque estaban mal dormidos y cansados, se mostraban activos y dispuestos a cumplir lo que se les ordenase. Sin preámbulo, fiel a su estilo, Zorc se sacó el casco, se puso en cuclillas y aguardó a que sus hombres lo imitasen. Una vez que todo el grupo fue parte de esa intimidad que parecía dar estar agachados sobre los talones, Zorc habló:
–Me temo que ya no hay misión fácil en esta guerra…
Algunos hombres rieron antes la afirmación. Otros asintieron con un leve movimiento de cabeza, en tanto que muchos permanecieron impasibles tal como si el esfuerzo de realizar algún gesto fuese demasiado agotador para la energía que les quedaba.
–Se formará un nuevo frente sobre la margen norte del canal de Teltow, tomando al puente de Britz como eje. Zorc hizo una pausa para que los hombres se pusieran en situación, tras lo que prosiguió: –Nosotros debemos cubrir la retirada.
Nadie se quejó. Varios encendieron cigarrillos.
–Siguiendo por esta misma arteria, nos replegaremos unos doscientos metros para establecer un cerrojo defensivo en el cruce de calles. Si mal no recuerdo y aún sigue en pie, hay un edificio de cinco pisos donde funcionaba una chocolatería en la esquina noreste.
–Sigue en pie, aunque no intacto –señaló un soldado con acento nórdico.
–¡Excelente!, el cabo Kringe tomara posición en él distribuyendo sus hombres por todos los pisos. –¿Cúales son mis hombres? –interrumpió sereno un soldado que no debía sobrepasar el metro sesenta.
Zorc no pudo evitar soltar una sonrisa. Como si tuviese todo el tiempo del mundo, mientras se rascaba su enmarañada cabellera rubia, observó al grupo de soldados que lo rodeaban. Luego de unos segundos, tuvo una respuesta:
–Los daneses y los de la 18.ª.
Kringe asintió.
–El resto de los hombres conmigo. Tomaremos posición en los edificios que hay en diagonal a la chocolatería… con un poco de suerte podemos atraparlos con un fuego cruzado.
–¿Cómo distribuiremos los panzerfaust? –preguntó un rudo danés apellidado Nillsen.
–Como no nos quedan muchos, todos serán para el grupo de Kringe. Sólo me quedaré con el panzerschreck –explicó Zorc.
Mientras el grupo del cabo Kringe tomaba los panzerfaust, los soldados restantes los observaban silenciosos no sin cierta envidia. El panzerfaust con su diseño sencillo y liviano era un arma antitanque preferible y más confiable que el pesado panzerschreck. Este último sólo era valorado por su alcance de alrededor de ciento cincuenta metros; sin embargo, en los combates callejeros como los de Stalingrado y los que se darían en la propia Berlín, con lanzagranadas que alcanzaran los setenta metros como los panzerfaust bastaba.
Una vez que se marchó el grupo que debía tomar posición en la chocolatería, Zorc se dirigió a un cabo paracaidista, veterano al igual que él de la campaña de Creta:
–Erich, estarás a cargo de una de las dos ametralladoras. La otra la tendrá Schmidt.
El cabo Niedermeier no se sorprendió por la decisión del sargento. La confianza que había entre los paracaidistas era distinta a cualquier otra que pudiese haber. A sabiendas de que le tocaría bailar con la más fea, el cabo apretó la mandíbula y permaneció atento. Por un instante deseó no ser un hombre en el que se pudiese confiar.
–Toma dos hombres para que carguen la munición. Toda la que puedan –indicó Zorc serio. –¿Cuál será mi posición? –preguntó tenso el cabo.
–Necesito que permanezcan en este punto el mayor tiempo posible… –el sargento dudó antes de decir las últimas palabras–, al menos hasta que hayamos tomado las nuevas posiciones.
Erich Niedermeier no era un tipo extraordinariamente brillante, era más bien un hombre de acción; sin embargo, inmediatamente se dio cuenta de que lo que le pedían era mucho más grave de lo que parecía. Si llegaban los rusos hasta allí antes de que pudiesen replegarse, tres hombres con una ametralladora no tendrían mucha oportunidad. Igualmente aceptó sus órdenes y no maldijo a Zorc. Después de todo alguien tenía que quedarse.
Mientras el cabo y sus nuevos ayudantes preparaban la MG-42 y sus cintas de aprovisionamiento de cincuenta y doscientas cincuenta balas, Zorc comenzó a preparar la evacuación con el resto de los soldados. Incluido él, sin contar a los tres que se quedaban y a los que habían marchado con Kringe, eran doce hombres. Aunque sabía que los rusos todavía no estaban cerca, prefirió ser precavido; por lo tanto, ordenó que salieran de tres en tres con diferencia de dos minutos.
Antes de abandonar la que fuese la casa de los Baum con el último grupo, Zorc serio aconsejó a los que quedaban: –No se hagan matar, los héroes ya están muertos.
Nadie le respondió. Cada uno de los tres hombres se encontraba concentrado en su tarea. Del buen funcionamiento de la ametralladora dependerían sus vidas.

10 comentarios:

  1. Muy buena.Me gusta el final yo siempre hago esos finales ;).Exelente

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  2. quiero mas!
    jajajaja
    buenisimo!

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  3. Muy bueno el relato,se masca la tension en el ambiente .
    saludos

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  4. Gracias Juan, Inuit y Sumba por sus comentarios. Con que les guste sólo un poco ya me doy por sastifecho.
    Saludos

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  5. Mas , mas , mas :D

    Abrazo

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  6. no habia comentado pero bueno bueno

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  7. Gracias Jorge y Panzer por sus comentarios.
    Saludos

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  8. Buenisimos relatos, tienes muchas muchas ganas de hacer algo que es realmente apacionente...te deseo mucho exito en tu aventura!!!

    podria contratarte para hacerme relatos a mis juegos WWII XD!
    http://alfaflash.alojamientogratuito.info/index.php

    Good luck !!

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  9. No veo la hora de leer como va a terminar esto!
    Quisiera que estos pobres soldados ganen la guerra ellos solos, pero tengo el presentimiento de que no sera asi :(

    Espero la proxima entrega!

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  10. La veo difícil amigo Cumash. Cuando quieras Alfa.
    Saludos

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