Richard Zorc se asomó cauteloso al amplio hueco donde antes hubo una ventana; no fuese que lo matasen luego de haber sobrevivido al infierno de los días anteriores. Aunque no era alguien a quien le preocupaba mucho la muerte, no pudo evitar soltar una sonrisa al encontrarse pensando en ella. Igualmente, después de haber vivido la experiencia aterradora del fuego artillado ruso en el bosque de Buckow, debía sentirse un elegido; muchos eran los pobres infelices que habían quedado sepultados allí bajo metralla y pinos destrozados.
Durante toda la noche el crepitar del fuego enemigo lo había mantenido en un estado de vigilia entre el sueño y la lucidez. Por lo tanto, cuando aún taciturno se asomó a observar por el oscuro hueco las calles, no pudo evitar en un primer momento mostrarse contrariado como si esperase encontrar algo distinto a las pilas de escombros y columnas de humo que se levantaban por doquier. Justo enfrente de su posición aún continuaba envuelto en llamas un edificio de tres plantas que antes había sido una escuela.
Seguro de que lo que lo aguardase podía esperar un tiempo más, se sentó en el piso y apoyó su espalda contra la pared dispuesto a masajearse el tobillo derecho. Desde que se lo había roto al saltar sobre Creta, jamás había vuelto a desinflamarse definitivamente aunque siempre había podido lidiar con el dolor; sin embargo, después de saltar desde los Junkers-52 sobre las cumbres del Seelow junto al río Oder, un par de días atrás, la hinchazón y el dolor se habían vuelto casi insoportables. Sin ninguna provisión médica de que valerse, Zorc se limitó a frotar con las dos manos las articulaciones a la espera de lograr cierto calor para poder moverse.
Tras varios minutos de masajes, antes de ponerse de pie, el sargento tomó su fusil FG-42 para controlar que los mecanismo estuvieran limpios y en función. Luego encendió un cigarrillo ruso que había quitado a un cadáver enemigo y se calzó su casco de paracaidista, distinto a los demás modelos alemanes por tener sus bordes rectos y no plegados.
Mientras el sargento Zorc se aprestaba para otro día de combate, quizás el último, en el exterior se escuchaban los tableteos de los fusiles y ametralladoras cada vez más activos. Con la llegada del amanecer, la artillería abandonaba el papel principal de la tragedia para ceder su lugar a los tanques y a la infantería. Un nuevo y largo día se iniciaba para los defensores de Berlín que, acechados y superados infinitamente en número y recursos, se debatían tercamente ante lo ineluctable.
Quizás producto del cansancio y el mal sueño, a Zorc se le antojaron más pesados de lo normal los poco más de cuatro kilogramos que pesaba su arma. Maldiciendo su condenada suerte, oteó rápidamente a diestra y a siniestra antes de salir de su refugio para cruzar la calle. Convencido de que recibiría un disparo, corrió con los dientes apretados hasta llegar al amparo de una casa extrañamente intacta.
A sus treinta años y a la altura de los acontecimientos, Zorc no aspiraba a mucho más de lo que aspiraba la mayoría de los alemanes: vivir un día más. Con el cerco cada vez más asfixiante que día a día imponían los rusos, los soldados alemanes se debatían interiormente entre plantarles cara y esperar una muerte segura, o poner los pies en polvorosa y tratar de salvar su pellejo escabulléndose hacia el oeste para rendirse a los americanos. El Tercer Reich se desmoronaba consumido en su propio fuego, y no pocos se negaban a arder con él.
Zorc deseo que todo fuese más simple, si podía haber algo simple en aquel infierno. Tener que cruzar una calle para conseguir el parte del día a aquella altura del conflicto era tan descabellado y fútil como tener que rechazar a un T-34 armado sólo con palabras soeces y escupitajos.
–¡No disparen! –gritó apresurado el sargento al ingresar a la casa. No fuese que algún centinela celoso se lo cargara sin más.
No se sorprendió Zorc al comprobar que no había ningún guardia apostado. Dos de los cuatro soldados que había en la estancia parecían dormidos, en tanto que un teniente de las SS con su uniforme todo estropeado aguardaba impaciente junto a su operador de radio.
–¿Alguna novedad? –preguntó Zorc a los dos hombres despiertos que parecían no haber reparado en él.
Después de un par de segundos que al sargento le parecieron minutos, el oficial lo observó:
–Debemos reforzar el puente de Britz sobre al canal de Teltow. Para eso necesitamos dejar ciertos elementos para que cubran nuestra retirada.
Zorc supo antes de que su interlocutor lo dijera que le tocaba quedarse.
–Sargento, debe permanecer con sus hombres en este sector el mayor tiempo posible hostigando a los blindados y a la infantería enemiga.
–¡Blindados! ¿Con qué quiere que los detengamos?
–Ese es su problema sargento –sentenció el SS y sin más, dio las espaldas a Zorc y volvió su atención al soldado que operaba la radio.
Molesto por haber esperado algo de comprensión de un SS, Zorc abandonó el edificio y cruzó la calle nuevamente para retornar a su posición. Para un hombre como él que procedía de una unidad no perteneciente a las Waffen SS, aquellos soldados como el teniente eran poco más que témpanos.
Una vez del otro lado de la calle, Zorc se dirigió hacia el lugar donde se encontraban la mayoría de sus subordinados. Adscrito de hecho a la 11ª División de Granaderos Acorazados SS Nordland tras el fracaso de la defensa del Seelow, Zorc aún no se acostumbraba a actuar entre hombres extremadamente nazis y mayoritariamente extranjeros. Aunque él, en un principio, al igual que casi todos los alemanes había simpatizado con Adolf Hitler y su partido, a esa altura de los acontecimiento no hubiese dudado un instante en cargárselo si el excéntrico dictador se hubiese paseado por delante de su mira.
Conformada en su mayoría por soldados suecos, noruegos, daneses y alemanes, la división SS Nordland se contaba entre las unidades más combativas del ejército alemán para principios de 1945. Por lo tanto, y a pesar de su elevado número de bajas, la Nordland fue destacada al sudeste de Berlín, junto a las Juventudes Hitlerianas, elementos de la 18.ª División de Granaderos Panzers y un par de compañías de paracaidistas, para intentar contener a las fuerzas soviéticas al mando del Mariscal Konev.
Es muy bueno, tengo ganas de leer más. Abrazo fuerte, éxitos.
ResponderEliminarMuy buena,Exelente
ResponderEliminarEisenhower
pasa por aca
http://segundaguerramundial1939-45.blogspot.com/
Gracias Cronopio y Juan. La semna que viene hay una nueva entrada.
ResponderEliminarEste relato se merece un 10, enhorabuena!!!!!!
ResponderEliminarDeseoso de leer más.
Saludos
http://segundaguerramundial1939-45.blogspot.com/2010/05/batalla-en-el-desierto.html
ResponderEliminarPasen
Absorvente y maduro. Espero mas.
ResponderEliminarGracias por sus comentarios Bolivar y traianuss. El domingo cuelgo una nueva entrada. Desde ya estan invitados para ser seguidores.
ResponderEliminarMuy Bueno nacho....lindo relato, bien escrito enseguida te encariñas con el joven alemán de 30 jóvenes añitos...en especial cuando pienza en meterle plomo al bigoton :D . Te felicito y espero por más:
ResponderEliminarGran abrazo
Me ha gustado mucho tu relato. Me gustará leer mas ;)
ResponderEliminarUn Saludo.
Gracias Jorge y David, el domingo aparece otra entrada.
ResponderEliminarSaludos
Felicidades ignacio, el domigo seguiremos tu segunda entrega con interés.
ResponderEliminarSaludos.
no esta mal,descriptivo,con rigor y se percibe el aroma de la inminente derrota.
ResponderEliminarbuen relato espero mas, saludos
ResponderEliminarHola, me gusto mucho, y me gustaria leer mas. Muy bueno.
ResponderEliminarGracias porthos, cumasch, David L y lector anónimo. El domingo a primera hora prometo unas páginas más.
ResponderEliminarMe gusta el estilo y la ambientación. Me evoca una frase de Vasili Grossman: "el olor del frente, una mezcla de herrería y depósito de cadáveres".
ResponderEliminarFelicidades, NAcho, veo que te has lanzado a contarnos una buena historia sobre el final de Berlin. Te seguiré con interes.
ResponderEliminarMUY BUENO EL RELATO, FELICITACIONES POR EL ES ESPACIO CREADO...SALUDOS A TODOS DESDE COLOMBIA...:)
ResponderEliminarbueno, segui tu invitación desde el foro.. y no me arrepiento, un buen relato, vas muy bien
ResponderEliminarGracias Javier, Carlos, Juanrio y amigo anónimo.
ResponderEliminarSigo en la lid.
Saludos
Muy bien ambientado y documentado muy bueno
ResponderEliminaresperamos mas pronto
Gracias Tadamichi kuribyashi. El sábado hay una nueva entrada.
ResponderEliminarGracias Nacho buenísimo QUIERO MÁS!!!!
ResponderEliminarMañana hay más. Saludos
ResponderEliminarHola Jan Kubis, soy Torifune, del Foro de Segunda Guerra Mundial. Muy bueno tu relato. A todos nos fascinan las historias de soldados, sobre todo las historias de supervivientes. Te voy a contar un detalle para que fantasees con tu muy buena prosa literaria: mi padre, en el frente del Voljov, recibió un bayonetazo ruso en el hombro derecho. ¡Las terribles bayonetas rusas ! Pues bien,llevo, desde el instante de mi nacimiento, sobre mi hombro derecho, en el mismo sitio, un lunar con el mismo perímetro y bordes que la herida que mi padre recibió cuando fue traspasado una noche de guardia a treinta y dos bajo cero.
ResponderEliminarUn saludo muy fuerte.
VALE IN CRASTINUM
Torifune.
Muy interesante lo que contás Torifune. Es llamativo lo del lunar. Seguramente más de una vez le diste vuelta al hecho buscando una explicación.
ResponderEliminarDesde ya, eres bienvenido a este blog y eres libres de contarnos todo lo que quieras sobre lo que te haya referido tu padre.
saludos
Muy bueno, atrapante en todo momento, le felicito sr. ^^
ResponderEliminarEstoy leyendo y viendo una pelicula en mi mente al mismo tiempo. Asi de buena esta la narracion, y ademas sobrecojedora.
ResponderEliminarAntfreire
Muy buenos los relatos, lo felicito :)
ResponderEliminarGracias Antfreire, Mariano y amigo anónimo por los comentarios.
ResponderEliminarSaludos
Muy bueno, gracias por compartirlo.
ResponderEliminarme ha gustado mucho la verdad,
ResponderEliminares una historia real?
podrias darme mas informacion sobre esa division extranjera?
es de lo poco que le quedaba al reich?
la mayor parte de divisiones que le quedaban eran extranjeras?
me gustaria que nos comentaras en ese momento, en 1945 que le quedaba al reich para defenderse
Muchas gracias. En la defensa de Berlín muchas de las unidades eran extranjeras. Sin embargo no te puedo decir en que porcentaje. Por otra parte fuera de Alemania en zonas como el norte de Italia y otros territorios en total le quedaban unos tres millones de soldados en armas.
ResponderEliminarSaludos
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