viernes, 16 de julio de 2010

tarde del 23 de abril 1945 III


–En dos hora habrá oscurecido –estimó Zorc tras observar el cielo y consultar su reloj.
–En dos horas pueden pasar muchas cosas –dijo pensativo Frost.
–Últimamente no sale nada como uno quiere, ¿verdad?
–Y ya no creo que salga, sargento.
Ambos soldados permanecieron por varios minutos callados observando el cielo de color grisáceo que inconmensurable reinaba sobre ellos. Frost encendió un cigarrillo y rompió el silencio:
–Cuando estaba en Narva más de una vez me hice la misma pregunta durante las frías noches de guardia…
–¿Qué pregunta? –inquirió Zorc interesado ante la pausa del joven.
Con sus ojos perdidos en un punto fijo, Frost pegó otro calada al cigarrillo antes de proseguir:
–¿Cómo había llegado hasta ahí?
Zorc pareció contrariado al escuchar dichas palabras de boca de un SS. El joven apagó el cigarrillo con su bota en el suelo, y se apuró a explicar:
–Quiero decir, cómo fue mi vida a desembocar en eso. Antes de la guerra era un estudiante de Filosofía en la universidad de Munich sin mayor preocupación que tener que aprobar los exámenes y acudir a los mítines de la organización. Cuatros años después me encuentro en el medio de Estonia bajo la nieve tratando de no congelarme ni de que me peguen un tiro. ¿Comprende?
Zorc se quedó mirando al chico. Sólo cosas tan ridículas como la guerra podían lograr que un joven universitario de clase media se encontrase en plena charla con un maquinista de clase obrera en medio de una terraza de un suburbio sitiado. El sargento no pudo menos que reír:
–Sabes Frost, nunca pensé que conocería otra cosa que los doscientos kilómetros que diariamente recorría de ida y vuelta con mi vieja locomotora por la Baja Sajonia. Menos soñé que alguna vez fuese a salir de Alemania.
–De eso es de lo que hablo –asintió el joven veterano de Narva.
–Ese es el único lado positivo de la guerra… si es que tiene alguno –dudó el sargento.
Una detonación lejana atrajo la atención de los dos hombres. La guerra parecía no tener tiempo para sentarse a conversar.
–¿Hasta cuándo? –se atrevió de repente a preguntar Frost con el rostro serio.
Zorc tardó en responder. No porque dudara, sino porque siempre hasta ese día había evitado hacerse la pregunta. Sincero, tal como si le respondiera a un hermano ya que hijo no tenía, habló:
–Hasta que nos lo digan… somos soldados. Para renegar o desertar es tarde.
–Pero no hay ningún sentido ya… –comenzó a decir Frost y fue interrumpido.
–¿Alguna vez lo hubo?
La pregunta de Zorc planeó al igual que una mariposa en primavera sin rumbo claro ni certezas hasta perderse en el olvido. Superados por cuestiones que les eran propias y a su vez ajenas, prefirieron callar.
–¡Ahí vienen de nuevo! –irrumpió Niedermeier en la terraza.

4 comentarios:

  1. Muy bueno, como siempre!
    No veo la hora de ver como sigue!
    Felicidades, siempre me atrapa mas

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  2. Tal y como dijo el compañero Cumasch, cada vez me atrapa mas.
    Y ojalá que se publique.
    Un abrazo!

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  3. Gracias por sus comentarios camaradas!!! Y lo de la publicación va por buen puerto.
    Saludos

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